miércoles, 4 de abril de 2007

Cleo Almaviva




Cleo la gaviota

de alas y alma rota,

sola como el aire,

dispersa como gota

al caer en desamor,

se posaba ese día

sobre la red de corazón,

esperando por ese pez,

esquivo, altivo

y sin razón,

satisfecho y orgulloso,

llamado Fe y Decisión.


Miraba el agua viva,

que lo azuzaba de noche,

y lo resignaba de día,

con el ritmo de la marea,

espumosa como su lecho

y bamboleante en su pecho,

que llenaba su ser,

con sonrisa y garbo,

para luego abandonarlo.


Ahí observaba la

gaviota noble,

el dulzor de su visión,

que había detenido

su decidido ascenso

a los cielos de la creación.


Con el vacío

en la inconsciencia,

y en sus manos

construcción y reminiscencia,

el joven Cleo

detuvo su vuelo,

para detenerse en esa roca,

y así entender

las lógicas de la vida,

y el misterio hecho Dios.


Fue ahí cuando

las ingenuas zancadas

de sus ojos,

surcaron las aguas buenas,

para divisar al Pescador,

que volvía por lo suyo,

su red de corazón,

llena como un beso,

intensa y navegante

como el rojo sol,

dorado y el levante.


Orgullosa inocencia

hecha mentira,

con piel de paciencia,

invadia al lejano Cleo,

del cuadro ajeno

de la red y el Pescador.


“Es mi pez dorado,

precioso tesoro,

el que miro

con calma y aflicción”

decía el pequeño Cleo,

con lágrimas en su rostro,

observando el mar propio,

de color incomprensión.


“Heme aquí

mar indómito

propio y desconocido,

complicado y sin razón”

Hundiéndose en el

Propio océano,

Gritaba el

pobre Cleo Almaviva,

volador sin rumbo,

impulsado por la

brisa marina

caleidoscópica y omnipotente,

colorida sin conclusión.


“¡Cleo Almaviva,

viejo lobo triste,

mi hermano contramaestre!”

gritaba Pedro Cormorán,

el eterno oído amigo,

de plumas-sueños,

negro como el olvido,

bello como el cristal.


“¿Que haces mi hermano,

romántico planeador,

solitario del cielo surcador,

que detuviste

el vuelo al Creador?”

Preguntaba su

colega volador.


El silencio

invadió la humeda brisa,

golpeo con luz

al bello Pedro

y lo elevo en risa,

al comprender

al arcano Almaviva,

que detenía su viaje

y pausaba su vida.


“Es el dorado escamaje

de ese bello pez hechicero,

el que ha cerrado tus alas,

y detenido tu vuelo,

amigo Almaviva

el Altoplaneador”

dijo Cormorán con vehemencia,

y un sabor de advertencia

a su amigo volador.

que abriese sus ojos

y acariciase su corazón.


El vuelo a los Altos Cielos

son sacrificio y altruismo,

libre y sin ataduras,

como las doradas formas,

de un simple pez,

en esa red de corazón.

era la propia palabra de

Cleo Almaviva

que le rompía el alma,

las alas y la visión,

que Pedro El Bueno

le recordaba a su colega de mar.


“Dejar al

buen Pescador tranquilo

es tu norte, tu yo

y tu ascensión,

limpia a los Altos Cielos,

con tu gente

y tu árbol interior.

es la Madre Altamar,

la que te dará fuerzas,

fe y pasión,

con formas doradas,

violetas o escarlatas.

escamas del amor.


Dejar al

pescador tranquilo

tomarlo suyo,

por clamor divino,

es tu sangre y tu misión.”

Ya sabrá la Madre Altamar

lo que habrá mañana

en esa red llamada corazón.

el hombre de los siete botes,

mano curtida y aura salina,

bondadoso y amatista,

mas un cerrojo férreo egoísta,

ávido del dorado escamaje,

para llenar su vida de color.


¿Es así y solo así,

la gracia de la vida,

compañero planeador?
Preguntaba recio y llorante,

prístino y vibrante,

el imbricado y buen

Almaviva,

cerrado en su propio mundo

de mares ensoñados

y aguas sobrenaturales.


“No, no es de mi

de donde escucharas respuesta,

prepara tus oídos y abre tus alas,

que tu vida está de fiesta,

porque vamos a los Altos Cielos,

donde saciaras tus preguntas,

y cumplirás tus ahnelos.”


Cleo Almaviva volará,

poco a poco a las alturas,

para así darle sonrisa

a sus alas puras

y a sus plumas brisa,

para emprender el vuelo,

y cumplir su sieño,

de abrazar al Creador,

donde el dorado

es universal,

como este excelso mar,

sus chispas y su sal.”

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