Cleo la gaviota
de alas y alma rota,
sola como el aire,
dispersa como gota
al caer en desamor,
se posaba ese día
sobre la red de corazón,
esperando por ese pez,
esquivo, altivo
y sin razón,
satisfecho y orgulloso,
llamado Fe y Decisión.
Miraba el agua viva,
que lo azuzaba de noche,
y lo resignaba de día,
con el ritmo de la marea,
espumosa como su lecho
y bamboleante en su pecho,
que llenaba su ser,
con sonrisa y garbo,
para luego abandonarlo.
Ahí observaba la
gaviota noble,
el dulzor de su visión,
que había detenido
su decidido ascenso
a los cielos de la creación.
Con el vacío
en la inconsciencia,
y en sus manos
construcción y reminiscencia,
el joven Cleo
detuvo su vuelo,
para detenerse en esa roca,
y así entender
las lógicas de la vida,
y el misterio hecho Dios.
Fue ahí cuando
las ingenuas zancadas
de sus ojos,
surcaron las aguas buenas,
para divisar al Pescador,
que volvía por lo suyo,
su red de corazón,
llena como un beso,
intensa y navegante
como el rojo sol,
dorado y el levante.
Orgullosa inocencia
hecha mentira,
con piel de paciencia,
invadia al lejano Cleo,
del cuadro ajeno
de la red y el Pescador.
“Es mi pez dorado,
precioso tesoro,
el que miro
con calma y aflicción”
decía el pequeño Cleo,
con lágrimas en su rostro,
observando el mar propio,
de color incomprensión.
“Heme aquí
mar indómito
propio y desconocido,
complicado y sin razón”
Hundiéndose en el
Propio océano,
Gritaba el
pobre Cleo Almaviva,
volador sin rumbo,
impulsado por la
brisa marina
caleidoscópica y omnipotente,
colorida sin conclusión.
“¡Cleo Almaviva,
viejo lobo triste,
mi hermano contramaestre!”
gritaba Pedro Cormorán,
el eterno oído amigo,
de plumas-sueños,
negro como el olvido,
bello como el cristal.
“¿Que haces mi hermano,
romántico planeador,
solitario del cielo surcador,
que detuviste
el vuelo al Creador?”
Preguntaba su
colega volador.
El silencio
invadió la humeda brisa,
golpeo con luz
al bello Pedro
y lo elevo en risa,
al comprender
al arcano Almaviva,
que detenía su viaje
y pausaba su vida.
“Es el dorado escamaje
de ese bello pez hechicero,
el que ha cerrado tus alas,
y detenido tu vuelo,
amigo Almaviva
el Altoplaneador”
dijo Cormorán con vehemencia,
y un sabor de advertencia
a su amigo volador.
que abriese sus ojos
y acariciase su corazón.
El vuelo a los Altos Cielos
son sacrificio y altruismo,
libre y sin ataduras,
como las doradas formas,
de un simple pez,
en esa red de corazón.
era la propia palabra de
Cleo Almaviva
que le rompía el alma,
las alas y la visión,
que Pedro El Bueno
le recordaba a su colega de mar.
“Dejar al
buen Pescador tranquilo
es tu norte, tu yo
y tu ascensión,
limpia a los Altos Cielos,
con tu gente
y tu árbol interior.
es
la que te dará fuerzas,
fe y pasión,
con formas doradas,
violetas o escarlatas.
escamas del amor.
Dejar al
pescador tranquilo
tomarlo suyo,
por clamor divino,
es tu sangre y tu misión.”
Ya sabrá
lo que habrá mañana
en esa red llamada corazón.
el hombre de los siete botes,
mano curtida y aura salina,
bondadoso y amatista,
mas un cerrojo férreo egoísta,
ávido del dorado escamaje,
para llenar su vida de color.
¿Es así y solo así,
la gracia de la vida,
compañero planeador?
Preguntaba recio y llorante,
prístino y vibrante,
el imbricado y buen
Almaviva,
cerrado en su propio mundo
de mares ensoñados
y aguas sobrenaturales.
“No, no es de mi
de donde escucharas respuesta,
prepara tus oídos y abre tus alas,
que tu vida está de fiesta,
porque vamos a los Altos Cielos,
donde saciaras tus preguntas,
y cumplirás tus ahnelos.”
Cleo Almaviva volará,
poco a poco a las alturas,
para así darle sonrisa
a sus alas puras
y a sus plumas brisa,
para emprender el vuelo,
y cumplir su sieño,
de abrazar al Creador,
donde el dorado
es universal,
como este excelso mar,
sus chispas y su sal.”
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