viernes, 19 de enero de 2007

EL RELOJ DE LA MUERTE. Episodio 2.

“El encuentro con la memoria”





Tras cerrar su diario de vida, Eduardo sólo atinó a respirar hondo, lentamente. El aire que poco a poco comenzaba a invadir sus pulmones lo sentía más pesado que nunca, añoso, casi tóxico. Sin duda, la repentina noticia de la muerte de su amigo y otrora compañero de universidad había golpeado en su ser de una forma limpia y letalmente certera.

Aún no podía creer la magnitud de la noticia que le habían comunicado.

Simplemente buscó perderse en el limbo de su mente. Silencioso, comenzó a recordar diversos buenos episodios con Andro. Ciertamente, el lazo que lo unía a el y a ese grupo de amigos era más fuerte de lo que el mismo podía suponer. Una unión mantenida en el tiempo a través de decepciones, alimentada con quimeras y moldeada con fracasos, que para muchos podrían ser un motivo más que suficiente para evitar aquellos contactos, pero que para ellos, un caldo de cultivo para sembrar una amistad que se basaba más bien en la tozudez y el gusto, que en la real conveniencia.

En ese viaje al mundo de la memoria emotiva, Eduardo se da tiempo de buscar el último cigarrillo que quedaba en su cajetilla. Lo enciende, y se pierde en las formas sugerentes de aquel humo letal, similares a las de aquella misteriosa mujer llamada decepción, mujer que una y otra vez golpeaba los cimientos de su vida.

El fuego había consumido casi la mitad tabaco, cuando Eduardo abre las cortinas de su casa, con el fin de mirar el paisaje, y perderse aún más y más.

Cerca de un año y medio después del término de su paso por la Universidad de Playa Ancha - por aquella carrera de la que el tanto renegaba, periodismo- Eduardo se fue a vivir solo, lejos de sus padres, lejos de su familia, lejos del sistema al que cada día rendía pleitesía, pero que diariamente corroía el alma misma de sus ingenuos sueños de cambiar el mundo, sueños no manifiestos, sueños que parecían ser cada día más inalcanzables. Y en cierta forma, también lejos de si mismo.

Para ayudar en aquella extraña tarea que se había impuesto a si mismo - de sumergirse en un autoexilio - había escogido un pequeño loft en las dunas de Con - Con. En ese lugar sería donde Eduardo se alejaría de gran parte de las cosas. Sea como sea, la vida parecía decirle que los demonios estaban en el, y no en un lugar determinado. De todas formas, eso parecía no entenderlo, y era allí donde hacia su vida diaria, tras nauseabundas jornadas de 12 horas en la refinería de petróleos de Con – Con, lugar en donde trabajaba hace cerca de un año.

Su vista perdida se comenzaba a ir a través de los recovecos del paisaje, cuando dos intensas luces interrumpen su viaje.

“¿Qué es eso?” se preguntaba a si mismo, con una sensación que mezclaba la curiosidad con el disgusto.

Al poco observar, Eduardo se daría cuenta que eran los focos de un vehículo. Una segunda observación delataría que se trataba de una camioneta de grandes proporciones.

Mientras el misterioso y ostentoso vehiculo se acomodaba, Eduardo camina hacia la entrada de su pequeño hogar. Abre la puerta, e inmediatamente una brisa extrañamente fría - para ser época de verano - ingresa a la casa, no sin antes remecer a Eduardo en el más súbito de los escalofríos. Sus ojos se clavan en una figura que se acercaba hacia el, con pasos lentos pero seguros. Tratando de superar su no asumida miopía, sobreesfuerza su patidifusa visión, la cual le muestra una imagen que no había visto hace años, pero que sin duda le era inconfundible: Era Paulina.

En ese momento, pareciera que el tiempo se hubiese detenido entre aquellos dos seres, el mismo que no les había permitido verse durante un largo aliento, y que confinaba los encuentros a instancias furtivas y fugaces, tragedias o reuniones movidas por la melancolía y el insulso ánimo de beber. Sus miradas se fijaron, mientras sus rostros confeccionaban el gesto de la angustia y la sorpresa.

- Pauli…
- Pelao…por la chucha, imposible…¿Como mierda paso esto?

El abrazo del reencuentro, que esperó guardado dos largos años, frustraba sus deseos de ver la luz en una instancia más feliz. Muy por el contrario, nacía de aquellas dos almas en un momento profundamente triste, tan angustiante como inexplicable. Paulina era quien más lloraba; Eduardo, era un ser en donde lo que primaba era la incertidumbre.

- ¿Oye, como paso? Cuéntame. – preguntó Eduardo, tratando de encontrar alguna respuesta medianamente cuerda, pero con la razón consciente de que poco o nada encontraría en una persona cuyo corazón se encontraba sumido en la más penosa de las confusiones.

- No se hueón, no se… - sollozaba Paulina, con un tono de voz de compases marcados por la impotencia y una furia retenida en contra de aquel algo o alguien que había causado en ella tan explosiva tristeza.

- Ya vieja, ¿calmadita ya? – le decía en tono consolador Eduardo, tratando de que la angustia de su amiga pudiese romper su fría y acostumbrada circunspección frente a los eventos que la vida le ponía por delante.

- Quédate tranquila, entremos, te tomai un vasito de agua y me contai que onda, ¿Estamos?

Paulina lo mira por un par de segundos, al mismo tiempo que seca su rostro bañado en lágrimas, las mismas que habían disuelto las correctas líneas del rimel de sus ojos, y se habían pegado a sus mejillas en la forma de un triste y pegajoso liquido negro. Toma un poco de aire, y busca la calma en si misma…

- No Pelis, no voy a entrar. No tenemos tiempo – Dijo con pétrea determinación.

- ¿Por que?

- Porque te vengo a buscar. Agarra tus hueás y nos vamos.

- ¿Dónde?

Paulina respondió a aquella pregunta con una mirada expresivamente seca, con su cabeza semi baja y sus grandes y verdes ojos mirándolo fijamente, y sus cejas levemente levantadas. Sin duda ese gesto llevaba en si un mensaje claro y fuerte, el cual Eduardo no comprendió al instante, siguiendo una tónica en su persona que no presentaba cambio a la de aquellos lindos días en la Academia, en donde “Pelao” – como lo llamaban casi todos – se caracterizaba por su eterno talante despistado, o mejor dicho, conectado con otras ideas, menos con las que en ese momento se le presentaban.

- Siempre palomo Pelao, siempre. No te cambió en nada la titulación hueón de mierda - le dice Paulina, buscando en aquellas palabras, un bálsamo momentáneo para la angustia que vivía en ese momento, al igual que Eduardo.

- En nada.

- Agarra una chaqueta y súbete. Te dije que nos vamos.

- Pauli, no me has dicho donde…

Paulina Villalobos suspira. Acto seguido, entra a la casa de Eduardo con una determinación casi militaresca, aquella misma determinación que la había hecho convertirse en la persona “nervios de acero” de aquel grupo de amigos, y que, ciertamente, dejaba entrever indirectamente ciertos matices de una crianza marcada por un padre marino, pero de la cual ella renegaba en más de alguna ocasión. “Siempre he sido la oveja negra de mi familia” había dicho La Pauli en diversas oportunidades, generalmente a la salud de un ron compartido.

- Tení la media cagá en tu casa…

- Lo se.

El pequeño loft de Eduardo parecía ser un lugar donde el tiempo se había detenido, donde los conceptos de evolución y madurez aún no ingresaban, como dos insectos cuyos caminos se veían truncados frente a un monumental y venenoso murallón de insecticida en polvo. Su casa poco o nada decía de un sujeto que ya se acercaba a los 32 años de vida; Por el contrario, parecía ser la madriguera de un acelerado y desordenado joven 10 años menor, aún estudiante, con platos sucios repartidos por toda la casa, mezclados con ropa sucia, papeles sueltos, algunas botellas de ron, pisco y tequila, discos de todo tipo, y varios libros distribuidos sobre la alfombra, encima del televisor, del refrigerador y muchos otros lugares, creando en dicha habitación un canto de alegoría al caos y la modorra.

Sin motivo práctico aparente, sino más bien explicable dentro de su espiral de desesperación, Paulina toma uno de esos libros, mostrándoselo a Eduardo con un gesto que denotaba cierta molestia, más que por el desorden, por la poca evolución que había presentado su amigo en estos años.

- Estas tonteras te tienen cagado Pelis – le dice una acelerada y confundida Paulina, mientras su mano derecha agitaba un libro, que había levantado desde la pequeña mesa del comedor: “Estudios sobre los libros de Chilam Balam”

- No creo que sean tonteras – le señala Eduardo con un dejo de desdén.

- ¡No nos vamos a poner a discutir estas tonteras ahora!

- ¡¿Donde cresta tení una chaqueta?!

- Ahí, puesta en la silla – Eduardo señala con su dedo a pocos centímetros más alla, muy cerca de donde estaba Paulina, advirtiéndole con su mirada que la tensión de su ex compañera de universidad y hoy colega, no servía mucho para lograr que la situación progresase.

- Ya toma, póntela y vamos – Inmediatamente, la Pauli ayuda a Eduardo a ponerse una chaqueta de color café claro, tipo gamulán, al mismo tiempo que empujaba a Pelao hacia la salida, con una actitud de madre correctora, la misma que le había hecho ganarse el apodo de “Mamá Chela”, título puesto por el propio Andro Vukovic durante el viaje que habían realizado al Valle del Elqui – junto a todo los miembros de esa generación, el cuarto año de periodismo - en junio del 2006, con el objetivo de grabar un documental.

- Aún no me has dicho para donde cresta vamos.

- Hay que aprovechar, porque vamos a estar todos…bueno, no todos – exclamó Paulina, casi sin escuchar la alocución de su confundido amigo.

- Todos, ¿Que todos? ¡¿Paulina Villalobos, donde vamos?!

- Vamos a ver al Andro.

Una saeta gélida se había clavado en la razón de Eduardo, reemplazando todo cuestionamiento inicial por una actitud confusa, que mezclaba una conducta casi robótica de “cumplir con lo que se debe hacer”, con un impulso por serle fiel a un presentimiento misteriosamente lejano que poco a poco se comenzaba a acercar a sus ideas más recurrentes e inmediatas. Ambos se suben a la ampulosa Ford Ranger verde petróleo año 2010 de Paulina. El motor se enciende. Los enormes focos también.

Comenzaba una procesión llena de recuerdos, pero que los llevaba a enfrentar lo desconocido.




(Continuará…)

1 comentario:

Anónimo dijo...

uuuuh ta filete pelao... ojalá te kede así el resto del guión de "rumbos"!!! ... publika pronto el epi 3..